Teorías, historias y modelos de la idea de desarrollo por Dr. Alberto Hidalgo Tuñón (página 2)
«El tema de las recientes reuniones del Club de Roma ha sido «La Gran Transición». Estamos convencidos de que nos encontramos en las primeras fases de la formación de un nuevo tipo de sociedad mundial, que será tan diferente de la actual como fue la del mundo anunciado por la Revolución Industrial de la sociedad del largo periodo agrario que la precedió. La fuerza motriz inicial de este cambio, pero en manera alguna única, ha sido la aparición de un conjunto de avanzadas tecnologías, especialmente las derivadas de la microelectrónica y de los nuevos descubrimientos de la biología molecular. Estas tecnologías están creando lo que suele denominarse indistintamente la sociedad de la información, la sociedad postindustrial o la sociedad de servicios, en la que el empleo, el estilo de vida y las perspectivas tanto materiales como de otro tipo serán para todos los habitantes muy diferentes de lo que son hoy».
Supuesta la incidencia crucial de las nuevas tecnologías tanto en las actividades productivas de la sociedad como en las condiciones sociales, psicológicas y ecológicas que el propio desarrollo tecnológico va configurando materialmente, siguen en pié las dificultades económicas que provoca su uso ideológico y manipulador, así como las desigualdades que se mantienen en el nuevo orden económico global fracturado, como reconoce, no ya sólo la ONU, en particular el PNUD, sino el propio Banco Mundial. Porque la economía está ciertamente globalizada en el plano macroestructural, pero sigue fracturada regionalmente con lo que los beneficios de la globalización no alcanzan a todos por igual.
Si la Revolución Industrial llevó aparejada la consolidación del capitalismo, que en su lógica expansiva no sólo potenció la producción en serie, sino la ampliación del campo de consumo, "socializando" parcialmente el excedente a través del ocio convertido en mercancía, y que se distribuye a través de la estratificación salarial, ¿qué configuración trae el nuevo orden global? ¿Apuntan las tendencias del capitalismo a la negación de sistema o siguen la lógica de la concentración y la acumulación tecnológicas, puesto que sólo las grandes multinacionales pueden financiar un desarrollo científico-técnico, que se hace cada vez más interdisciplinar, complejo y costoso y su avance más rápido?
La crisis actual (¿de crecimiento?) del sistema capitalista apunta en su seno, cuando menos tres contradicciones, que podrían enunciarse brevemente como sigue:
Primera contradicción: Por un lado, por efecto de la competencia, se intenta reducir el estado de bienestar en todos los países (alabando la superioridad de la administración privada de la sanidad, la educación, etc.), al mismo tiempo que se expulsa del circuito de socialización, que es el salario, a una parte creciente de la sociedad en los países desarrollados. (Esta parte del proceso es eminentemente negativo y desestabilizador). Pero, por otro lado, el trabajo humano en los procesos de automatización flexible no debe ser ya descualificado, sino todo lo contrario, lo que supone un dato positivo sobre la valoración del trabajo. El trabajo deja de ser un coste y se convierte en un activo que es necesario «capitalizar». Las nuevas funciones de vigilancia, regulación y mantenimiento, requieren del trabajador un conocimiento cada vez más global del proceso productivo, lo que hace hablar a algunos autores del fin de la división del trabajo. Esta tendencia apunta aparentemente a la superación de una de las causas estructurales más persistentes de la desigualdad. La vía socialdemócrata apuesta por la superación de esta contradicción y no faltan los que se apresuran a cambiar el concepto de «trabajo» por el de «actividad».
Segunda contradicción: Por un lado, la naturaleza de la ciencia y la tecnología moderna requiere una estrecha cooperación estable y a largo plazo entre múltiples agentes del proceso productivo social, lo que parece poner un freno a la competitividad del sistema. Pero la cooperación estable requiere una gestión unificada y no centralizada, lo que plantea nuevos problemas sobre las formas de la apropiación privada de la producción y de los rendimientos de la misma. Como sólo los grandes grupos pueden poner en marcha proyectos de investigación y crear las condiciones para su apropiación, las nuevas tecnologías se concentran en los sectores más globalizados (que son los controlados por multinacionales y los de más alta tecnología). Pero por otro lado, esa dinámica de concentración obliga a un proceso de integración económica mayor, a una liberalización de los mercados de bienes, servicios y factores, así como a una deslocalización de las empresas multinacionales a la busca de reducir los costes de producción aprovechando las innovaciones en transportes y comunicaciones. Todo ello crean desniveles entre los diversos tejidos industriales nacionales y regionales, que obligan a la reconversión y ofrecen nuevas oportunidades a las economías locales y regionales.
Ligada a este proceso se categoriza una tercera contradicción. Por un lado, el proceso de globalización agudiza el desarrollo desigual entre naciones y regiones, como hemos visto, pero, por otro, genera bolsas de pobreza en el seno del propio mundo desarrollado, algo impensable hace 20 años. Por un lado, la reestructuración productiva de los países, regiones y ciudades está induciendo una nueva organización del sistema de ciudades y una nueva división interna del trabajo, originando con frecuencia nuevos problemas económicos, de parte ahora de la demanda, incapaz de absorber el exceso de la capacidad productiva. La generación de gran cantidad de excedentes sin que se den las condiciones para una senda de crecimiento autosostenido a largo plazo, hace que las industrias productivas entren en crisis y deban sufrir un proceso de rápidas y traumáticas reconversiones. En el escenario actual de feroz competencia entre empresas y territorios y de reajuste productivo, el capital queda más al descubierto al tener que liquidarse en forma de dinero. Pero el dinero se canaliza hacia circuitos financieros y hacia la compra y desguace de empresas para obtener rentabilidad inmediata. La proliferación de tiburones financieros pone al descubierto el dominio del capital en su esencia más pura, el interés. Ahora bien, la competitividad de las empresas deja de ser una cuestión cuantitativa para hacerse cada vez más cualitativa, lo que introduce fuertes novedades en la situación del capitalismo tradicional que ya no puede basarse en el bajo coste de la producción, ni en el bajo precio de los productos, sino en la calidad. La introducción de innovaciones en los métodos de producción y en la organización de las empresas impulsadas por la competencia del mercado global ha producido mayor flexibilidad y la formación de redes empresariales asimétricas. La economía global se hace policéntrica de modo que, a diferencia de lo que profetizaba la teoría de la dependencia, ahora hay regiones y territorios del Sur que prosperan enganchados al carro de la globalización, mientras otras regiones situadas en el Norte industrial parecen quedarse irremediablemente atrás.
¿Cómo pueden crearse en esta situación las condiciones económicas para un desarrollo sostenido de las distintas regiones del planeta? ¿Es realmente el llamado «desarrollo sustentable», sino la única, la mejor alternativa disponible en este trance?
4 .- Transferencias tecnológicas y – modelos – alternativos de desarrollo
La tecnología moderna ha servido de soporte al proceso de globalización económica, hasta tal punto que si no hubiese producción en masa, segmentación de procesos productivos controlados a distancias por eficientes técnicas de comunicación, transporte rápido y seguro, así como homogeneización y estandarización de las formas de vida, la mundialización resultaría imposible. De ahí que los conceptos que se sostengan sobre el proceso científico-técnico tenga una repercusión inmediata en las alternativas concebibles acerca del desarrollo y viceversa. Pese a que los proyectos de desarrollo de los años 90 deberán afrontar situaciones cada vez más heterogéneas, el debate sigue planteándose en términos de «modelos globales de desarrollo». Ahora bien, el uso (no digamos el abuso) del término «modelo» en este contexto es asaz equívoco.
Teniendo en cuenta que en los parágrafos anteriores hemos recensionado las principales teorías y los hechos más destacados del proceso de desarrollo en los últimos cuarenta años, parecería que, de acuerdo con la quinta acepción del DRAE, los modelos deberían ahora venir a salvar el hiato constatado entre unas teorías económicas que no aciertan a explicar los fenómenos y unas prácticas desarrollistas aparentemente aleatorias y contradictorias. No hay nada de eso. Los llamados «modelos de desarrollo», pese a los esfuerzos epistemológicos de algunos economistas por reconducirlos conceptualmente hacia los patrones de la metodología estandar, no son en absoluto realizaciones posibles creadas para satisfacer las exigencias de ninguna de las teorías de del desarrollo propuestas. El adecuacionismo semántico de Tarski fracasa aquí rotundamente. Pero no les va mejor a los marxistas (estructuralistas) cuando, como hace Alain Badiou, intentan depurar a los modelos de sus componentes ideológicos para ver en ellos la desnuda estructura de las prácticas reales.
Desgraciadamente los «modelos de desarrollo» no son estructuras puras, sino muy impuras, plagadas de presupuestos sin depurar y tremendamente oportunistas en cuanto a la utilización cortical de recubrimientos teóricos. En particular subyacen a los «modelos de desarrollo» un conjunto de variables críticas de índole ontológica (supuestos acerca del mundo), de índole epistémica e ideológica (representaciones sobre la tecnología y la satisfacción de las necesidades humanas) y de índole categorial, específicamente económicas (acerca de la producción y de la riqueza), que imposibilitan una elucidación estructuralista binaria o bivalente. No por ello cabe concluir despectivamente que, como los «modelos de desarrollo» no son matemáticos (al estilo de los del Premio Nobel en Economía H.A. Simon), ni teoreticistas, ni estructuras a escala (como las maquetas), su valor sea meramente semiológico o propagandístico (laxas analogías o metáforas radicales de las que hablaba Max Black). No.
Si utilizamos la clasificación de modelos puesta en circulación por el materialismo gnoseológico de Gustavo Bueno, cabe aseverar que los «modelos de desarrollo» funcionan como cánones políticos en un sentido muy preciso. Se trata de marcos diseñados por organismos internacionales o nacionales que pretenden aplicarse distributivamente a realidades heterogéneas. Aunque las recetas generales ya no dan ningún resultado porque, a diferencia de lo que ocurría hace 20 o 30 años, los países en vías de desarrollo se han fragmentado ya en un gama continua de niveles diferenciados que exigen soluciones particularizadas, la característica económica común a todos los países en vías de desarrollo es la desproporción entre recursos financieros y necesidades sociales. Mientras que las demandas de vivienda, nutrición, salud y educación aumentan en proporción geométrica, la capacidad financiera disminuye proporcionalmente al peso de la deuda externa de cada país. El reto que deben enfrentar los «modelos de desarrollo» no consiste, así pues, en otra cosa que en convertirse en instrumentos políticos útiles para gobernar, atendiendo simultáneamente a las exigencias del contexto internacional y a las realidades internas de cada país.
Ahora bien, desde un punto de vista externo, como ya hemos visto, el endeudamiento se ha convertido en la trampa que impide salir a los países en vías de desarrollo del círculo vicioso de la pobreza. Ningún modelo puede funcionar con esa losa, de donde cabe deducir que la medida adoptada en junio de 1999 por los 7-G de condonar un tercio de la deuda supone reconocer, por fin, la existencia de tal círculo vicioso. Por otro lado, sin embargo, el desequilibrio económico se ve favorecido en muchos países por severos problemas institucionales y de recursos humanos, por lo que gobernar (cuando ya no se identifica con "empujar") se ha hecho más difícil. Si bien es cierto que han desaparecido los regímenes dictatoriales o se ha mitigado la presión del poder sobre una población cada vez más activa, la caída del precio de las materias primas, las infraestructuras deterioradas o inexistentes, el crecimiento rápido de la población, la contaminación ambiental, el desempleo endémico, el terrorismo, el tráfico de drogas y las guerras civiles azotan a varios países latinoamericanos, africanos y asiáticos. ¿Qué consecuencias económicas y tecnológicas tienen estos nuevos datos en el contexto de la aplicación de los distintos «modelos de desarrollo» a escala mundial?
Los «modelos de desarrollo», cuando funcionan como cánones, afrontan la inmensa cantidad de conocimiento empírico existente sobre las sociedades, primero para organizarlo coherentemente y, segundo, para orientarlo hacia objetivos o direcciones definidas. Sirven de marcos para el desarrollo de las realidades modeladas, de manera que se arrogan funciones constitutivas. Esto ha sido siempre así, de manera que no les falta razón a quienes atribuyen a los organismos de planificación internacional (ONU, FMI, GATT, UNCTAD, etc.) alguna responsabilidad en los problemas actuales. En este sentido, cuando Vázquez Barquero, por ejemplo, insiste en subrayar que el modelo de desarrollo endógeno o territorial es «una interpretación orientada a la acción» no está con ello, contra lo que pretende, señalando una diferencia específica o un rasgo diferencial de este modelo respecto a los demás «modelos de desarrollo». La diferencia no es política, ni gnoseológica (todos los modelos de desarrollo, en tanto que cánones, están orientados a la acción), sino, en este caso ontológica, pues viene dada más bien por su pretensión de convertir al «territorio en un entramado de intereses de una comunidad territorial, lo que permite percibirlo como un agente de desarrollo local, siempre interesado en mantener y defender la integridad y los intereses territoriales en los procesos de desarrollo y cambio estructural»
Es difícil negar que el desarrollismo de Perroux, que en los años cincuenta apostó por la creación de los famosos «polos de desarrollo» no estuviese orientada a la acción. Aunque la función gnoseológica (teórica, científica) de los polos de desarrollo en la España de los sesenta, para seguir con el ejemplo, consistió en suministrar un sistema de organización operatoria capaz de articular en los despachos un plan nacional de cambio estructural, esa misma organización de las variables relevantes en aquel momento (población activa, emigración, sectores económicos, balanza comercial, intercambio territorial, reforma agrícola, etc.) se convirtió eo ipso en una orientación política destinada a ensamblar los componentes físicos del sistema (las distintas ciudades y regiones españolas), antes desorganizados, de acuerdo con proyectos y programas que comenzaron a ser ejecutados por una nueva clase de tecnócratas y economistas empleados por el gobierno de la nación con ese preciso objetivo. Así pues, en general, cuando un gobierno o una administración adopta un determinado «modelo de desarrollo», no está haciendo un simple ejercicio retórico, ni puede quedar satisfecho con el mero trámite de aprobar una legislación abstracta, sino que normalmente se compromete con la creación efectiva de los instrumentos institucionales necesarios para suministrar el ensamblaje de las piezas sociales (materiales) que el modelo identifica.
No se ha reflexionado mucho hasta la fecha acerca de la naturaleza mixta, circularista y ambivalente de los «modelos de desarrollo». En esta presentación, tampoco voy a profundizar mucho en ello. A la luz de las teorías e historias narradas, es obvio, sin embargo, que los economistas más pagados de la cientificidad de su disciplina han vendido consistentemente a los organismos internacionales de evaluación del desarrollo la especie de que basta que los «modelos de desarrollo» presten atención a los indicadores de crecimiento económico (PIB, renta per cápita, nivel de insdustrialización, inputs y outputs comerciales, nivel de empleo, inflación, etc. ) para que sirvan al propósito de planificar y dirigir el mundo de la economía real. La crisis del sistema internacional de cooperación al desarrollo en los años ochenta ha servido al menos para incentivar en los noventa el crédito concedido a los partidarios de introducir indicadores de desarrollo que atiendan a las necesidades diferenciales de las poblaciones y a los aspectos cualitativos. El Premio Nobel de economía, concedido al hindú Amartya Sen a finales de los noventa, puede interpretarse como una reorientación de las políticas de desarrollo hacia la nueva sensibilidad, representada por ese nido de refugiados que es el PNUD. Sin embargo, el propio PNUD cada vez más se está convirtiendo en una agencia especializada en acumular datos y confeccionar doctrina, una doctrina que, por cierto, muchas veces los agentes, voluntarios y becarios que contrata y disemina por el mundo, no conocen ni saben aplicar convenientemente, tal vez porque ignoran la naturaleza "cánonica" del llamado «modelo de desarrollo humano», que propugnan.
Pero desde el punto de vista de la cooperación al desarrollo no suele importar tanto la lógica del desarrollo científico-tecnológico cuanto el desarrollo real tecno-económico, social y humano de las poblaciones, lo que comporta a su vez una extremada heterogeneidad de "modelos mentales" (ahora en el sentido de representaciones, imaginarios y mentalidades) en los agentes mismos del desarrollo. La interculturalidad consustancial en los procesos de interacción cooperativa hace que en torno al asunto de los «modelos de desarrollo» se hibriden con frecuencia diversas sensibilidades políticas, sociales e incluso religiosas, lo que dificulta aún más la identificaciones de las variables, parámetros y componentes reales del mismo. Así pues, en los párrafos que siguen sólo puedo trazar un somero escorzo de los cuatro o cinco «modelos de desarrollo» que cobran contornos definidos cuando arrojamos sobre el conjunto de las teorías e historias examinadas en los párrafos anteriores un filtro crítico, aunque muy grueso y general, constituido por las cinco grandes variables mencionadas arriba, contra cuyas mallas se han ido cribando y depurando las historias reales del desarrollo de los pueblos. Si denominamos (en aras de la brevedad) a la variable de índole ontológica "mundo" (queriendo significar la representación formalizada o Weltanschaung más próxima al modelo de referencia), a la variable de índole epistemológica, "tecnología" (para señalar no sólo el conocimiento científico, sino también el entramado institucional de formación e I+D, que el modelo propugna) y a las variables de índole categorial, "necesidades" (por supuesto "humanas", lo que no evita sus connotaciones biológicas, psicológicas, sociales y culturales), "producción" y "riqueza" (para indicar los dos aspectos más cruciales del desarrollo, las formas y mecanismos de generación de bienes y las estructuras políticas habilitadas para su reparto), la malla habilitada recoge cinco cánones bastante diferenciados que (también en aras de la brevedad) proponemos denominar así: «cánon de crecimiento económico irrestricto», «cánon del desarrollo sostenible», «cánon restrictivista o antidesarrollista», «cánon del desarrollo humano» y «cánon del desarrollo territorial endógeno». Cada uno de estos cánones entraña concepciones ontológicas, epistemológicas, políticas y éticas diferentes. En esas diferencias filosóficas de fondo voy a fijarme esquemáticamente en lo que sigue para confeccionar un cuadro sinóptico simplista capaz de reflejar una parte de la complejidad actual. Este cuadro abstracto, no debe hacernos olvidar que a estas alturas de la función, los modelos de desarrollo que realmente aplican los gobiernos ya no son puros, están hibridados y toman cada uno de ellos lo que les conviene de sus adversarios. Dibujo, así pues, más que un mapa de los «modelos de desarrollo», un panorama de controversias actuales en torno al desarrollo mediante el procedimiento de modelización abstracta.
Cánones Variables | Crecimiento económico irrestricto | Desarrollo sostenible | Restricción Antidesarrollo | Desarrollo humano | Desarrollo territorial endógeno |
El mundo | Reserva inagotable | Reserva finita de recursos | Ecosistema en en equilibrio inestable | Biotopo sostenible | Biocenosis en redes territoriales |
La producción | Sobreexplotación | Racionalización | Restricción | capital humano para el bienestar | capital social para competir |
La tecnología | Arma para producir más | Útil para producir mejor | Génesis de problemas y conflictos | Potenciación de conocimiento básico general | Innovación/acción para alcanzar la excelencia |
Las necesidades | Optimización ilimitada | Satisfacción limitada | Reordenación virtuosa | Satisfacción de las n. básicas | Calidad de vida |
La riqueza | Apropiación desigual | Reparto equitativo | Discriminación positiva | Cooperación internacional | Territorio, ciudad y y sistema locales en red |
Figura 3.- Cuadro de las variables y cánones de los modelos de desarrollo vigentes.
5.- El cánon del crecimiento económico irrestricto
El cánon del crecimiento económico irrestricto ha sido y es todavía en gran medida el modelo imperante entre los economistas. Bajo esta concepción progresista del desarrollo humano, heredada del proceso de industrialización en el siglo XIX, se constituyeron los organismos internacionales de la ONU que plantearon extender los logros alcanzados en Occidente a los países que iban incorporándose al concierto de naciones independientes. Suele ir de la mano de una concepción tradicional, optimista y optimizadora de la tecnología, y en España sigue gozando de prestigio porque en los años 60 los polos de desarrollo industrial modernizaron las estructuras básicas del país, utilizando este modelo, como acabamos de recordar antes.
En general, este cánon se asocia ontológicamente a una Weltanschauung «naturalista», en el sentido de Dilthey: el mundo se considera un conjunto inagotable de objetos y recursos que sólo tienen valor en tanto «determinan la vida humana»; de ahí que el objetivo fundamental del hombre sea revertir la situación y poner la naturaleza a su servicio, convirtiéndose así en dueño o administrador absoluto de ese depósito para sus fines. Dilthey hacía arrancar los fundamentos filosóficos de esta concepción no sólo de Demócrito, sino sobre todo de Protágoras, para quien «el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son». En este sentido el «modelo del crecimiento económico irrestricto» es una suerte de «humanismo», perfectamente compatible con el judaísmo y el cristianismo, cuyo Dios voluntarista puso el orbe al servicio de Adán.
Epistemológicamente, sin embargo, el sensualismo inicial del naturalismo sufre una metamorfosis esencial en los tiempos modernos hacia una suerte de objetivismo positivista, porque la ciencia (que traduce de forma no ideológica la estructura del mundo), cuando es aplicada por los expertos en forma de tecnología, es el mejor camino (the best method) para explotar sistemáticamente dichos recursos. Para cada problema hay una solución tecnológica y el aprovechamiento de los recursos se traduce automáticamente en progreso, esto es, satisfacción de las necesidades humanas y realización de su naturaleza o esencia. Hasta aquí pocos partidarios de la tesis de que el crecimiento económico es el pilar fundamental del desarrollo (se consideren a sí mismos tecnócratas o no) pondrían objeciones a esta caracterización de su concepto de desarrollo. La controversia comienza, cuando se identifica esta versión economicista con la ideología liberal y con el materialismo.
Políticamente, dicen los críticos, el reparto de los beneficios de esta explotación es necesariamente desigual, pues, como ya viera Malthus a finales de XVIII y es doctrina liberal, si todos se beneficiaran por igual se adocenarían al desaparecer el estímulo que les pone en marcha y que no es otro que el de mejorar su condición individual. El argumento fue expresado con meridiana claridad por David Hume hace más de dos siglos y refrendado por su amigo Adam Smith: Si para evitar que privemos a los pobres de las satisfacciones que damos a los ricos, estableciéramos teóricamente «la mayor igualdad posible entre las posesiones, los distintos grados entre las artes, las ciencias y la industria no tardarán en destruirla; si tratáis de contener a estas fuerzas en sus operaciones, pronto reduciréis la sociedad a la indigencia total, y para impedir que una minoría de hombres caiga en la miseria, sumiréis en ella a toda la sociedad»
Pero dejando aparte los problemas de la distribución social de los excedentes del trabajo, el materialismo productivista del crecimiento económico habría sido avalado por el progresista Marx, para quien, por un lado, las riquezas naturales tanto de medios de vida (como la fecundidad del suelo, riqueza pesquera, etc.) como de medios de trabajo (saltos de agua, ríos navegables, madera, metales, carbón, etc.) resultaban prácticamente inagotables en su época, mientras, por otro, consideraba a la tecnología prácticamente omnipotente. Marx añadía, por supuesto, que el orígen de la desigualdad estaba en que además de «explotación» de la naturaleza, la división del trabajo había traído «explotación del trabajo» de unas clases de hombres por otras clases.
Dado que el liberalismo y el marxismo, aunque difieran por motivos políticos, comparten concepción sobre la naturaleza y la tecnología, para los críticos del desarrollismo el homo aequalis occidental e ilustrado actúa como un cowboy de la frontera; es un depredador individualista (o colectivo) que toma lo que necesita del medio sin preocuparse por las consecuencias. Que el cowboy sea solidario y proteja la depredación colectiva en beneficio de la comunidad, no cambia las cosas para el medio ambiente y las generaciones futuras. Desde un punto de vista antropológico Louis Dumont ha visto con sagacidad cómo la economía se ha convertido en la ideología general de nuestra época, tanto en el liberalismo como en el marxismo: «Debería ser evidente que no hay nada que se parezca a una economía en la realidad exterior, hasta el momento en que construimos tal objeto : la economía reposa sobre un juicio de valor, sobre una jerarquía implícita; la categoría supone la exclusión o la subordinación de cualquier otra cosa»
Envueltos en esta ideología general, los partidarios del crecimiento económico irrestricto como panacea no aceptan, ni el «ismo» del modelo, ni probablemente esta caracterización de la economía como ideología general y envolvente, pues la consideran, amén de malintencionada, mística, confusa o metafísica. Arguyen que su único delito es ser claros e intentar obtener la tasa «óptima» de crecimiento y maximizar el bienestar social en un lapso de tiempo definido. En realidad, cualquier descuento de futuro razonable podría ser incluida en los cálculos económicos de cualquier proyecto de optimización de crecimiento económico. Los críticos del crecimiento económico, por el contrario, en lugar de hacer propuestas calculables se limitan a objetar que éste no nos hace más felices, que deteriora la calidad de vida y que no es sostenible, porque los recursos son limitados. Pero ninguno de estos alegatos puede probarse. Una de las razones por las que el cánon del crecimiento económico irrestricto sigue gozando de crédito entre la población, más allá de los apoyos institucionales que sigue recibiendo de los organismos financieros, es que, el pensamiento económico en tanto que ideología general se ha convertido en el vehículo espontáneo de nuestras valoraciones y evidencias.
Esta es la razón, por la que Beckerman puede argüir, incluso con ironía, pues sabe que está apelando al sentido común de gran parte de la población, a favor del cánon del crecimiento económico irrestricto, del siguiente modo. En primer lugar, dice, «hay una enorme presión de los que viven en países con bajos PIB per cápita para emigrar a los países con un alto PIB per cápita. Y no parece haber muchas pruebas del deseo de muchas personas para recorrer el camino a la inversa». En la medida, en que lo único que debe importarnos científicamente son las preferencias de los consumidores, la opción por el crecimiento es inequívoca. En segundo lugar, añade «nunca podrá haber una demostración científica de la relación entre los niveles de renta y el bienestar». Más aún, si se adopta un punto de vista objetivo y cuantificable, entonces es evidente como han demostrado Dasgupta y Weale que existe una correlación positiva entre renta nacional alta e indicadores de bienestar individual (esperanza de vida, alfabetización, salud, libertades políticas, etc.) Y, por último, aunque no en último lugar, porque «el concepto económico de crecimiento óptimo no excluye de ninguna manera la preocupación por el crecimiento sostenible. Por ejemplo, durante la segunda guerra mundial se reconoció claramente que agotar esos bienes en interés de los objetivos bélicos no podía continuar indefinidamente Pero en ese momento era óptimo. La alternativa era perder la guerra La sostenibilidad es desde luego significativa , pero la sostenibilidad técnica de un proyecto es sólo un aspecto de su deseabilidad y no hay justificación alguna para el estatus dominante de mandato ético que se le ha otorgado en la mayoría de las discusiones ambientalistas» .
Los partidarios del crecimiento económico afrontan el siglo XXI, así pues, sin ceder un ápice en su idea de que la única vía para alcanzar el bienestar social de la humanidad es progresar, optimizar los recursos económicos y fomentar el desarrollo tecnológico. La máquina económica es la única que puede garantizar todo aquello que los críticos dicen que destruye. Aun reconociendo que las imperfecciones del mercado impiden la aplicación adecuada de los recursos a las verdaderas necesidades (lo que requiere medidas políticas para solucionarlo), el crecimiento económico es la única garantía de conseguir una protección adecuada del medio ambiente (que piden lo partidarios de la sostenibilidad) y un crecimiento del bienestar social de las poblaciones (como exigen quienes desean el desarrollo humano). Pero los problemas de mercado son técnica y/o políticamente solucionables, digan lo que digan los «eco-histéricos y tecnófobos», cuyas predicciones han fracasado escandalosamente en los últimos tiempos.
6.- El cánon del desarrollo sostenible o sustentable
El llamado desarrollo sostenible modifica críticamente el cánon del crecimiento económico irrestricto y se ha convertido en el modelo alternativo de moda más aceptado en Occidente tras los inciertos resultados de la famosa polémica sobre los límites del desarrollo. Comencemos por una definición reciente de un organismo internacional: «Desarrollo sostenible es el término aplicado al desarrollo económico y social que permite hacer frente a las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades. Hay dos conceptos fundamentales en lo que se refiere al uso y gestión sostenibles de los recursos naturales del planeta. En primer lugar, deben satisfacerse las necesidades básicas de la humanidad: comida, ropa, lugar donde vivir y trabajo. Esto implica prestar atención a las necesidades de los pobres del mundo. En segundo lugar, los límites para el desarrollo no son absolutos, sino que vienen impuestos por el nivel tecnológico y de organización social. De ahí su impacto sobre los recursos del medio ambiente. Es posible mejorar tanto la tecnología como la organización social para abrir paso a una nueva era de crecimiento económico sensible a las necesidades ambientales».
Esta definición suaviza mucho el planteamiento ecologista original, pues, como muestra la lectura del Informe de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo de 1987 (el llamado Informe Brundtland que lanzó la expresión al estrellato), el desarrollo planetario exigía ecológica y políticamente conjugar las necesidades de un primer mundo, dueño de la tecnología, que quiere mantener o mejorar su nivel de vida pero sin destruir el medio ambiente, con las de los países económica y tecnológicamente subdesarrollados, pero poseedores de recursos naturales y poblaciones necesitadas. Tanto en esta versión fuerte, como en la débil, sin embargo, hay plena conciencia de que los recursos son finitos y de que el mundo (mientras sigamos confinados en el planeta Tierra) es ontológicamente un único y amenazado biotopo, de manera que la visión general de la idea de sostenibilidad intenta lograr un difícil equilibrio entre la necesidades de la Naturaleza y las pretensiones de la libertad humana desde el horizonte no ya del individuo, sino genérico de la especie, como muestra el hecho de la apelación constante a las generaciones futuras como supuesto referente beneficiado. En cualquier caso, ante cualquier proceso de desarrollo se impone el cálculo racional y la negociación sobre las consecuencias medioambientales.
Además epistemológicamente la tecnología ya no es un simple medio, sino una estrategia para conjugar «desarrollo económico» – «conservación o renovación de los recursos» – «reparto de las ganancias». Su característica esencial, según este constructivismo planificado, no es la eficacia, sino la eficiencia. El antiguo «producir más» es sustituido por el «producir mejor» (y este «cada vez mejor» es hoy factible gracias al progreso científico y al perfeccionamiento tecnológico). No se habla de reducir el nivel de vida medio de los países desarrollados (como exigieron en su día los alarmistas del Club de Roma, que atizaron el fuego del ecofatalismo y de la tecnofobia), y mucho menos de impedir el bienestar de los subdesarrollados. Todo lo contrario. Se trata de satisfacer las legitimas demandas de todos, atendiendo al principio de equidad, esto es, de trata de promover un bienestar social, no óptimo, sino satisfactorio y ecológicamente sostenible (lo que no excluye aumentarlo). Junto a la eficiencia tecnológica hay otras vías que coadyuvan a ello: control de la población, racionalización del consumo, ayudas oficiales al desarrollo, comercio justo.
Esta declaración de intenciones alcanza su consagración definitiva en la llamada «Agenda 21», que acordaron la mayoría de países en la Conferencia sobre Medio Ambiente y Desarrollo de Río de Janeiro en 1992. Al margen de su operatividad, estos acuerdos exigen políticamente un reparto de los beneficios más equitativo. No es justo que los poseedores de la tecnología se llevan la parte del león y los titulares de los recursos se conformen con las migajas. Los organismos internacionales toman cartas en el asunto y se habla de transferencia de recursos económicos y tecnológicos al Tercer Mundo. Subyace aquí un conflicto entre el temor al desbordamiento (amenaza demográfica, presión sobre los recursos básicos), la resistencia al reparto (ética de la lancha salvavidas) y la tentación y realidad del dirigismo económico-ideológico cuyos resultados han sido históricamente discutibles.
En cualquier caso, son muchas las críticas que se han levantado contra este concepto de «desarrollo sostenible», en el que los ya citados Parthe Dasgupta y Karl Göran Mäler denuncian una auténtica «regresión intelectual», porque confunde una técnicas específicas de aplicación de programas de desarrollo con un mandato moral, es decir, mezcla churras con merinas, «ser» con «deber ser». Claro que a estas alturas de la película es difícil asustarse ante una amenaza del Banco Mundial aduciendo el anatema humeano de la falacia naturalista. Para los filósofos, sin embargo, no deja de ser una pista acerca de cuales son los fundamentos financieros con que cuenta hoy el empirismo anglosajón de Hume. De hecho, la Weltanschauung característica que subyace al desarrollo sostenible no es la naturalismo, sino el idealismo objetivo que Dilthey caracterizaba como «una solución de todas las disonancias de la vida en una armonía universal de todas las cosas. El sentimiento trágico de las contradicciones de la existencia, el temple pesimista, el humor, que comprende de un modo realista la limitación y la opresora estrechez de los fenómenos, pero encuentra en su fondo la triunfante idealidad de lo real, son sólo estadios que elevan al descubrimiento de una coherencia universal de existencia y valores». Se entiende perfectamente que el cánon del desarrollo sostenible sea el más potenciado por la Unión Europea, en la que el idealismo objetivo está firmemente arraigado. Pero también se entiende que las críticas más feroces provengan desde el frente antitético del cánon de la restricción, para el que tal armonía equilibradora es sencillamente imposible, contradictoria. En el fondo, el desarrollo sostenible no se diferencia "ideológicamente" del crecimiento económico, salvo por la hipócrita piel de cordero bajo la que reviste sus actuaciones predatorias. Todo desarrollo es por esencia insostenible.
De ambas críticas antitéticas, saca maliciosamente su fuerza argumental el dilema que propone Beckerman, cuando asevera que el «desarrollo sostenible se ha definido de tal manera que o es moralmente repugnante o es lógicamente redundante». Es moralmente repugnante si postula la conservación de la naturaleza y de la biodiversidad como un imperativo categórico, porque «dadas la extrema pobreza y la degradación ambiental en la que vive buena parte de la población mundial», sería injustificable gastar enormes recursos en un arca de Noé antes que en proporcionar «el acceso a agua potable limpia o a servicios higiénicos en el Tercer Mundo». Es verdad que para que no se diga que la sensibilidad ecológica es cosa de ricos, cabe suavizar la definición de sostenibilidad en el sentido de David Pearce: «La "sostenibilidad" supone mantener el nivel de bienestar humano de manera que pueda mejorar, pero nunca disminuir (o, por lo menos, nada más que provisionalmente). Así interpretado, el desarrollo sostenible se convierte en el equivalente de un cierto requerimiento de que el bienestar no disminuya con el tiempo». Pero entonces, si se trata de mantener el bienestar, el problema no difiere de lo que pretender el crecimiento económico al optimizar los recursos desde la perspectiva utilitarista del mayor bien para el mayor número, y todo el discurso de la «sostenibilidad» aparece como lógicamente redundante.
Justamente eso es lo que se discute. Porque la mayor objeción, contra el modelo del crecimiento económico es que considera los recursos naturales como gratuitos. El agotamiento de los recursos y la nueva sensibilidad ecológica que han convertido la Tierra «en una empresa en proceso de liquidación», debe obligar a los economistas a modificar las cuentas. Como hemos visto, hay toda una escuela, capitaneada por clasicos como Sigfried Von Ciriacy-Wantrup y Karl William Kapp que preconizan desde hace años un enfoque institucional y político para la conservación de los recursos naturales. El premio Nobel de Economía Robert Solow, que se ha dedicado a estudiar críticamente el problema de la equidad intergeneracional y de la sostenibilidad, reconoce que sus trabajos intentan explotar a fondo las consecuencias del segundo principio de justicia del filósofo John Rawls (el criterio maximin), pero que pueden «existir otros objetivos sociales además de la sostenibilidad». Es obvio que la discusión se mantiene ahora en el plano de la filosofía política o de la moral, por lo que Solow lanza la siguiente sospecha: «La única razón de pensar que la sostenibilidad es un problema es que se piense que a algunos se les va a estafar, sobre todo en el futuro. Y entonces creo que estamos obligados a preguntarnos si no se estará estafando a alguien ahora mismo». Nuevamente la idea de equidad que subyace a la de sostenibilidad suscita la elucidación de presupuestos sobre las estrategias de producción y sobre el problema del reparto de la riqueza.
Pero dejando de lado la discusión filosófica de fondo, ¿juega la sostenibilidad algún papel fundamental en los procesos de desarrollo o es sólo un eslogan publicitario, una pantalla ideológica? Para hacerse valer técnicamente ante sus colegas, algunos economistas del desarrollo sostenible aceptan la idea de optimizar el bienestar, pero colocando la conservación de los recursos como una «restricción», una suerte de parámetro limitativo fijo. No obstante, aunque la sostenibilidad navegue entre dos aguas, el del crecimiento y la restricción, resulta difícil negar que se trata de un cánon capaz de orientar las políticas internacionales sobre el desarrollo a una escala global y de enfrentar una de las tres urgencias que tiene planteada la humanidad hoy. No parece que la presencia de valores en un cánon sea causa para su descalificación, porque entonces habría que descalificar todos los cánones. En términos de Alexander King y Bertrand Schneider, tomar en serio la sostenibilidad implica comprometerse con una política de transferencia tecnológica de punta gratis a los países en desarrollo, toda vez que todo desarrollo implica incrementar la demanda de energía. «Por consiguiente, es importante que las perfeccionadas tecnologías más limpias que los países industrializados se están esforzando por poner a punto sean líbremente accesibles al mundo en vías de desarrollo y que se ofrezcan incentivos para su adopción, así como ayuda para su puesta en práctica». Este sencillo compromiso encierra tal potencialidad transformadora que basta para marcar una enorme diferencia con el cánon del crecimiento irrestricto y con el restriccionismo.
– EL CÁNON DE LA RESTRICCIÓN ASCÉTICA Y EL ANTIDESARROLLISMO.
Frente a los dos cánones anteriores, plenamente operativos en el mundo actual, podemos unificar bajo el cánon de la restricción ascética una serie de corrientes de pensamiento que se remontan filosóficamente a la actitud de los cínicos en la antigüedad y conecta con cierta sensibilidad oriental de respeto casi místico por la naturaleza. Estrictamente hablando, sin embargo, su estatuto como «modelo de desarrollo» es mucho más precario que los dos anteriores al no haber cuajado en políticas planetarias concretas, salvo la utópica propuesta del Crecimiento Cero lanzado por el Club de Roma en 1972 y contestado airadamente por el NOEI. Pese a todo, lo incluimos aquí porque ha jugado desde los años 60, a través de múltiples movimientos de protesta y de rebelión contracultural, un papel importante en la definición de las políticas solidarias de desarrollo respecto al Tercer Mundo. Ejemplos recientes de esa influencia crítico-nagativa, y no por ello menos saludable, los encontramos en la plataforma del 0,7 en España y en las protestas de Seattle que dio al traste con la última reunión de la OMC en 1999.
La mayor dificultad para caracterizar estos movimientos como un cánon positivo es su real heterogeneidad, porque en su seno conviven anárquicamente ideologías antitéticas y sus supuestos portavoces dejan de serlo en cuanto los poderosos mass media del capitalismo los lanzan al estrellato. En este sentido su Weltanschauung característica nunca ha logrado expresarse de modo sistemático, por lo que no figura entre los tipos catalogados por Dilthey. Sin embargo, no sería arriesgado adivinar un trasfondo teológico, religioso o místico en su afirmación del carácter precario y contingente del mundo concebido como un ecosistema en permanente peligro de extinción. No se trata de un misticismo quietista, sino activista puesto que su argumento es la denuncia permanente de las agresiones del hombre contra la madre Naturaleza (Gea), el peligro nuclear, los conflictos armados, pero también las violaciones de los derechos humanos y abusos de toda índole. Como quiera, no obstante, que la regla operatoria con la que actúa el cánon de la restricción es la crítica permanente y radical a los tramposos y encubiertos mecanismos de «explotación» que los ricos y sus instituciones utilizan no sólo en sus relaciones con la naturaleza, sino también en sus relaciones con los pobres explotados, no hay nada extraño que en este frente "contra" vayan de la mano tradicionales críticos marxistas del capitalismo, teólogos de la liberación, religiosos radicales (franciscanos o weberianos) que denuncian la corrupción de las estructuras e instituciones civiles, anarquistas, activistas de algunas ONGs, estrellas del cine o de la canción progres, etc Helder Cámara señalaba la fragilidad de la frontera entre esos grupos, cuando decía: «Si doy pan a los pobres, me llaman santo, pero si señalo las causas de la pobreza, me acusan de comunista»
Bien sea, porque Gea se halla en peligro de extinción o porque ha salido de la Nada a la que tarde o temprano retornará, esta Weltanschauung nihilista incentiva el escepticismo epistemológico respecto a la capacidad transformadora de la ciencia y la tecnología. Muchos de los activistas se afanan por considerar desde una nueva perspectiva los problemas del desarrollo tecnológico como instrumento para solucionar los retos que la realidad lanza al ser humano. Estas corrientes reaccionan contra el pensamiento único, pero centran sus ataques sobre la tecnología, que, cuando menos, es ambigua. Los beneficios que procura van acompañados siempre de una parte obscura: a menor mortandad, superpoblación; a mejores alimentos, contaminación por pesticidas, etc. Además, la tecnología no es autónoma, ni neutra. La solución tecnológica a los problemas causados por la propia tecnología es un círculo vicioso, pues toda tecnología plantea más problemas de los que resuelve. Además está el problema añadido del atrincheramiento de la tecnología, que impide cambios reales. Frente a los cánones del crecimiento irrestricto y del desarrollo sostenible, el nuevo cánon exige reexaminar los supuestos sobre los que se asientan las políticas de desarrollo y las decisiones que las soportan (hay que discutir qué queremos, por qué, para qué, cómo). El aumento de la eficiencia tecnológica que posibilitaría un desarrollo sostenible no soluciona el problema de fondo. En realidad todo desarrollo es insostenible. En la producción hay que optar por la restricción como proponía hace años ya el personalista católico, Jacques Ellul: si antes hemos optado por hacer todo lo que podemos concebir, ahora hemos de decidir no hacer todo lo que podemos hacer.
La crítica a la tecnología por la ambigüedad de sus resultados en los procesos de cooperación al desarrollo ha recibido alguna atención desde la obra pionera de Schumacher, que pedía el retorno a una "tecnología intermedia" más aplicable. El libro clásico sobre el asunto de qué tecnología resulta apropiada para el Tercer Mundo es el de Frances Stewart que denuncia la generación de una economía dual en los países en vías de desarrollo cuando se realizan inversiones tecnológicas indiscriminadas, sin tener en cuenta las condiciones locales. Los estudios empíricos sobre las tecnologías apropiadas en distintos países en vías de desarrollo (por ejemplo, Perkins en Tanzania o Ahiarkpor en Ghana) ejemplifican numerosos problemas concernientes a las prácticas productivas locales, la intervención del estado, el tamaño de las industrias, etc. De todos ellos el cánon de la restricción ascética trata de sacar la misma conclusión: que la tecnología por la que se opta es una cuestión política, un asunto de voluntad. En consecuencia, puesto que el mundo en el que vivimos es tan precario y contingente como una cápsula espacial, finita y con recursos limitados, la única solución es hacer de la necesidad virtud. No cabe hablar ya en términos de desarrollo sino recuperar el viejo vocabulario de las virtudes (templanza, fortaleza, autolimitación, restricción, solidaridad) y aprender de las culturas ancestrales que han logrado sobrevivir con técnicas rudimentarias, conservando sus nichos ecológicos. Por esta vía el cánon de la restricción se parece más a una filosofía moral crítica de lo dado que a un auténtico modelo de desarrollo. En el límite la crítica puede degenerar en lo contrario de lo que pretende, pues dificulta cualquier traducción a políticas concretas. Porque ¿cómo frenar la inmensa maquinaria puesta en marcha sin producir una catástrofe demográfica?
Pero quizá el mayor problema con el que tropieza hoy el antidesarrollismo es la carencia de elementos aglutinadores capaces de configurar un frente amplio. Opciones de cambio radical, como el marxismo o la teología de la liberación se hallan además en franco retroceso, derrotados en la teoría y en la práctica por las fuerzas conservadoras. Por ejemplo, Leonardo Boff, el famoso teólogo brasileño de la liberación que tuvo que abandonar la Iglesia por las presiones de Juan Pablo II y el Cardenal Ratzinger en 1992, diagnosticaba la situación para la revista Éxodo en 1993 con las siguientes frases.
«Para mí se trata de una crisis terminal. En los años setenta y ochenta nosotros, los del Sur, éramos subdesarrollados, pero confrontados con el desarrollo y con el optimismo y la esperanza de que en el futuro llegaríamos a desarrollarnos y contábamos con alternativas al desarrollo desde un proceso de liberación. Ahora, cada vez se habla menos de desarrollo y más de mercado y de integración en el mercado mundial. En este proceso de mundialización dentro del sistema neoliberal, nosotros ni siquiera tenemos el privilegio de ser subdesarrollados, nosotros somos excluidos. No contamos para nada porque no tenemos competencia en el mercado mundial. Los que no tienen competencia no existen en el mercado. Y los excluidos en el mercado están abocados a la muerte. Esta es la situación de los países del Tercer Mundo , la más dramática de las que han padecido América Latina y Africa: estamos fuera del proceso mundial como excluidos, entregados a nuestra propia suerte, con niveles de miseria como jamás hemos tenido en nuestra historia. Antes éramos pobres, pero teníamos esperanza; hoy somos más pobres y no tenemos esperanza». Pese a esta claudicación, el cánon de la restricción ascética hizo su reaparición crítica otra ven en Seattle en 1999.
8.- El cánon del desarrollo humano
En su intento de superar el reduccionismo económico en los cálculos sobre la calidad de vida de los pueblos muchos economistas (entre nosotros José Luis Sampedro y Carlos Berzosa y, en el seno del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Sudhir Anand y Amartya Sen), propusieron nuevas fórmulas capaces, por un lado, de detectar el foso económico que se agranda entre pobres y ricos y, por otro, de establecer el nexo político entre crecimiento económico y desarrollo humano. El problema conceptual no es sólo de medios y fines, sino también de fosos y nexos: «El crecimiento económico no constituye el fin del desarrollo —dicen Sampedro y Berzosa— …En numerosas sociedades, pese al aumento de su PNB por habitante, muchas personas permanecieron en la pobreza absoluta» El PNUD llama a este fenómeno «crecimiento sin equidad» y lo ejemplifica en algunos países de América Latina, como México y Chile. México que liberalizó su economía a partir de mediados de los 80, logrando así una mayor integración en la economía mundial (en el bloque norteamericano concretamente), aumentó la desigualdad del ingreso internamente. El coeficiente Gini que lo mide pasó de 0,43 en 1984 a 0,48 en 1992. Lo mismo ocurrió en Chile, donde la aplicación de las políticas monetaristas de Milton Friedmann y sus muchachos bajo las protección de Pinochet hizo pasar el coeficiente Gini de 0,45 en 1970 a un 0,57 en 1.990. Este incremento del 27 % en la disparidad de ingresos explica claramente la estratificación por barrios que se observa en Santiago a poco perspicaz que sea uno.
Pero el caso de Chile nos conduce de la mano a plantear el problema de los nexos entre régimen político y crecimiento económico. ¿Es necesario prescindir de la democracia para lograr el crecimiento económico? Habiéndose demostrado que muchas dictaduras, además de amasar crímenes, fueron un auténtico fiasco económico y finalizada la coartada de los bloques para asegurar la impunidad de los criminales, los nuevos heterodoxos plantean desde 1990 un nuevo cánon para el desarrollo humano. Los argumentos que están a la base de la idea de incluir entre las condiciones de una calidad de vida digna la libertad, la democracia, el respeto a los derechos humanos, o, al menos, la seguridad jurídica de las poblaciones y la posibilidad de participar en las decisiones colectivas se refieren a la existencia de una correlación positiva entre el respecto a estos valores y el desarrollo, no sólo en los países industrializados, sino en algunos pioneros países en desarrollo como Barbados, Botswana, Costa Rica, Mauricio, etc.
El concepto de «desarrollo humano» es un concepto flexible que trata de recoger las críticas que se le hacen y que el PNUD va ampliando y perfeccionando prácticamente todos los años. Aunque las tres dimensiones seleccionadas en 1990, —longevidad, logro educativo y acceso a recursos— eran cuantificables y permitían un tratamiento estadístico, los técnicos del PNUD no quisieron estancarse en esto. Desde el principio concibieron la calidad de vida como un proceso dinámico que nunca puede concretarse en cifras exactas. La medida es siempre un indicador mínimo y la calidad de vida es más que nada un proceso de «desarrollo humano», del que no están excluidos a priori ninguno de los llamados derechos fundamentales de las personas. He aquí, pues la regla operatoria que garantiza la recursividad indefinida del modelo del desarrollo humano. La estructura que le sirve de armadura no es otra que la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Este carácter auto-referente, aunque resulta muy coherente desde el punto de vista institucional de las Naciones Unidas y sus organismos, puede pasar fácilmente desapercibido, porque la definición de «desarrollo humano» habla de oportunidades, pero no hace mención explícita ni de los derechos humanos, ni de su protección y salvaguarda jurídico-política. Veámoslo.
«El desarrollo humano es un proceso en el cual se amplían las oportunidades del ser humano. En principio estas oportunidades pueden ser infinitas y cambiar con el tiempo. Sin embargo, a todos los niveles del desarrollo, las tres más esenciales son disfrutar de una vida prolongada y saludable, adquirir conocimientos y tener acceso a los recursos necesarios para lograr un nivel de vida decente. Si no se poseen estas oportunidades esenciales, muchas otras alternativas continuarán siendo innacesibles»
¿Qué Weltanchauung subyace a esta definición? Me parece que este cánon del desarrollo humano en términos de oportunidades se ajusta bastante bien al «idealismo de la libertad» del que hablaba Dilthey, ya que halla su fundamento universalmente válido en los hechos de conciencia, cuya «naturaleza activa obra una incesante dialéctica, que avanza de posibilidad en posibilidad, incapaz, no obstante, de lograr una solución de su problema» , al igual que la «calidad de vida» que se extiende más allá de este mínimo vital de oportunidades. Sin embargo, el mérito del PNUD en relación al idealismo de Dilthey, es haberse atenido a «la regularidad de las leyes vitales» para seleccionar sus tres indicadores básicos, que por cierto son los mismos que ya señalaba Tales de Mileto en los orígenes del pensamiento occidental.
Desde esta perspectiva resulta obvio que la producción no se define ya por el crecimiento económico global e irrestricto, sino por el capital humano, centrado subjetivamente en los tres indicadores mencionados: longevidad (L), que se mide según la esperanza de vida al nacer, logro educacional (E) que capta la capacidad de adquirir conocimientos, comunicarse y participar en la vida de la comunidad, sumando dos variables educativas fácilmente observables en las poblaciones humanas (el grado de alfabetización de los adultos y el promedio de años de escolarización) e ingresos (W), el más controvertido y modificado de los indicadores, porque pretende captar la capacidad de llevar una vida sana, garantizar la movilidad física y social, comunicarse y participar en la vida de la comunidad, incluido el consumo.
El cánon del desarrollo humano, así definido, no está exento de dificultades que conciernen al propio concepto de capital humano. Desde el punto de vista de la especie, parecería que el incremento de los efectivos de seres humanos en términos absolutos, es decir, el aumento de población constituye ahora un progreso neto. Ahora bien, el crecimiento de las poblaciones en los países subdesarrollados ha ido acompañado de una clara disminución de la calidad de vida de las poblaciones; por el contrario, el estancamiento e incluso el descenso de la natalidad en los países desarrollados parece haberse correlacionado positivamente con un incremento de la calidad de vida. Pero la aplicación del cánon exige computar simultáneamente las tres variables mencionadas, de modo que no hay capital humano si la gente no alcanza un cierto nivel de educación y un determinado nivel de ingresos. De hecho, aunque es cierto que la variable longevidad tiene un recorrido de menos de 2 a 1, sólo computa 1/3 en el IDH.
También la tecnología resulta minusvalorada en este cánon, pues computa sólo como una parte de la educación. En realidad, el nuevo cánon prioriza la educación básica generalizada para todo el mundo sobre la cualificación técnica superior y justamente en este punto el modelo de desarrollo humano parece entrar en contradicción con el modelo de desarrollo endógeno que analizaremos después. No obstante, la potenciación de los niveles básicos de conocimiento, arguyen los partidarios de este cánon, es la condición mínima exigible para garantizar el control ciudadano sobre las decisiones tecnológicas que les afectan, de manera que, la implantación de las nuevas tecnologías podrán ser aprovechadas mejor, cuanto mayor sea el capital humano disponible en una sociedad concreta.
Pero lo que más irrita a los economistas es la forma en que el PNUD confecciona el indicador "ingresos" (que mide el nivel de vida por el PIB real per cápita (PPA en dólares)). Las concepciones subyacentes en el nuevo cánon acerca de la producción quedan bien reflejadas en sus ataques al principal instrumento técnico del cánon del crecimiento económico irrestricto, el PNB, que, al registrar sólo los intercambios monetarios, ignora la inmensa cantidad de trabajo que se hace en la familia y en la comunidad. El informe del PNUD de 1995 estimó que tal trabajo suponía los 2/3 del trabajo total de las mujeres y 1/4 del trabajo de los hombres. Además, en la contabilidad del PNB no figura el ocio perdido, cuando hay que realizar un segundo trabajo. En lo que se refiere a la producción, por tanto, el crecimiento económico puede ser resultado de una forma de esclavitud, si significa (como en el modelo japonés y en el de los tigres asiáticos) que la gente tiene que hacer trabajos duros en condiciones peligrosas, con escaso control sobre el medio laboral, sin sindicatos independientes o consejos de trabajadores que defiendan sus intereses. Además, el PNB computa servicios valiosos, como la producción de alimentos o el gasto en salud, al lado de la manufactura de cigarrillos y armas químicas. De ahí que resulte no sólo un instrumento defectuoso, sino inmoral.
También en relación a las necesidades el PNB resulta desajustado, pues suma, por ejemplo, la comida y la bebida como consumos de primera necesidad con las grandes sumas que se gastan los ricos en industrias dietéticas y en terapias de alcoholismo. Entiéndase bien , no es que los economistas partidarios del crecimiento, nieguen la satisfacción de las necesidades básicas a las poblaciones. Simplemente arguyen que es más "racional" incluir los costes de las industrias y servicios dietéticos en un índice económico como el PNB que la pretensión del PNUD de incluir cosas tales como la libertad humana, la seguridad, la potenciación de la capacidad de la gente para que pueda participar en la adopción de las decisiones que afectan a su vida cotidiana, la sustentabilidad de los procesos de desarrollo y la equidad de género como índices para computar el incremento del capital humano. Lo más ortodoxos suelen reaccionar violentamente ante tales pretensiones, alegando que nunca el PNB tuvo el propósito de medir el bienestar humano y que usarlo para eso es distorsionarlo ideológicamente.
Pasando al ataque, los economistas siempre han visto con desconfianza la minusvaloración que el IDH hace del ingreso. Puesto que no les faltaba razón, tras un informe de Anand y Sen en 1999, el PNUD ha modificado la formula de tratamiento del ingreso, dándole una base más sólida., pues ahora no se descuenta el ingreso superior al umbral, ni se castiga indebidamente a los países de ingreso mediano. Así, por ejemplo, en el informe de 1998 Alemania, tenía un IDH de 0,925, España, de 0,935, China de 0,650 y Mali de 0,236, con un PIB per cápita en 1997 de 21.260, 15930, 3.130 y 740 dólares reales per cápita respectivamente, mientras con los nuevos cálculos el IDH en 1999 es de 0,906, 0,894, 0,701 y 0,375, que obviamente dan mayor importancia al ingreso. Claro que el cánon de desarrollo humano por la vía de estas reformas podría atribuir un elevado ingreso per cápita y satisfacer todas las necesidades materiales a una población en una cárcel estatal bien administrada, lo que seguramente está bastante alejado de la armadura desde la que se construye el modelos de desarrollo humano.
Como quiera que seguir los pormenores de estas disputas entre distintos cánones, nos desvía del objetivo de limitarme a una presentación, concluiré señalando que el intento de mejorar técnicamente el concepto mismo de «desarrollo humano» ha conducido a una ampliación y profundización de los criterios básicos de desarrollo humano en cinco direcciones básicas desde 1997: Potenciación, Cooperación, Equidad, Sustentabilidad y Seguridad.
Probablemente el dato más significativo para apreciar la concepción redistribuidora que el cánon del desarrollo humano mantiene respecto a la riqueza, sea la idea de potenciar las opciones reales, lo que ha llevado al PNUD a generar un nuevo índice, el IPC (Índice de Pobreza de Capacidad). Todos tienen la libertad de comprar el periódico, pero su ejercicio depende de que la persona sepa leer y tenga dinero excedente para comprarlo o servicios públicos que se lo faciliten. El IPC es un índice simple que reúne tres indicadores que reflejan el porcentaje de población con deficiencias de su capacidad en tres aspectos básicos del desarrollo humano: (1) Tener una vida saludable, con buena alimentación se mide desde 1996 por el porcentaje de niños menores de cinco años con peso insuficiente. (2) Tener capacidad de procreación en condiciones de seguridad y saludables se estima a través del porcentaje de partos que no reciben atención por parte de personal capacitado. (3) Y estar alfabetizado y poseer conocimientos se valora ahora mediante el porcentaje de mujeres de 15 o más años de edad que son analfabetas. La alfabetización de la mujer se refiere al porcentaje de mujeres de más de 15 años que están en condiciones de comprender, leer y escribir una oración simple acerca de su vida cotidiana. La tasa de analfabetismo femenino es una variable que refleja con elocuencia la situación general de pobreza del país, pues como se sabe bien hoy, la educación de la mujer tiene un poderoso efecto multiplicador con respecto al bienestar de la familia y el nivel general de desarrollo humano de la sociedad. El IPC difiere del IDH, porque se centra en la falta de capacidad de la gente en lugar de reflejar los promedios estadísticos del desarrollo de un país. Pone críticamente en evidencia, así pues, cómo algunos países mejoran sus niveles medios sin reducir las desigualdades.
De acuerdo con esto, la cooperación para el desarrollo humano que favorece el PNUD se destina al enriquecimiento recíproco y a la ampliación de las opciones individuales, incluso cuando las personas viven juntas, participan en las tareas comunitarias y comparten valores y aficiones culturales. Y esto es tanto más coherente con la Weltanchauung del «idealismo de la libertad», cuanto la equidad se entiende aquí, no en relación a los ingresos, sino al conjunto de oportunidades que ofrece la vida. Todos los miembros de la especie humana, proclama este cánon, deben tener la oportunidad de educarse y de vivir una vida larga y saludable, por lo que la obligación ética de colocar a todos en las mismas condiciones, puede implicar una distribución desigual de los recursos para compensar las deficiencias de partida. Con esta mentalidad se crean políticas de protección a los pobres, a los minusválidos, a los grupos de riesgo o a las mujeres en las sociedades en que están inferiorizadas. Este nuevo concepto de equidad ha generado también dos nuevos índices que meten en danza a las mujeres. Me refiero al Índice de Desarrollo de Género (IDG) y al Índice de Potenciación de Género (IPG). Para el IDG se utilizan las mismas variables que para el IDH, sólo que se introduce un ajuste de adelanto medio de cada país en materia de esperanza de vida, nivel educacional e ingreso, en función del grado de disparidad en el adelanto de mujeres y hombres. Para hacer la medición se aplica un parámetro de aversión a la igualdad, e, cuyo valor de 2. No deja de ser criticable que el hecho de que las mujeres vivan más que los hombres se convierta en un a priori biológico de 5 años. Pero donde la operación se hace sofisticada es en el cálculo del índice de ingreso. Aquí también funcionan demasiados a priori, pues cuando no hay datos se estima que el salario femenino es por termino medio el 75 % del varón.
Comienza a detectarse una cierta aversión a las políticas discriminatorias, sobre todo en los países democráticos, donde la igualdad ante la ley está garantizada. Por ejemplo, para medir el IPG se utilizan variables construidas explícitamente para detectar la diferencia relativa de hombres y mujeres en esferas tales como la facultad de tomar decisiones, los puestos administrativos y ejecutivos en empleos profesionales y técnicos y el porcentaje de escaños parlamentarios, lo que ya bordea los límites universalistas y abstractos de la armadura de los derechos humanos. Creo que estas desviaciones pueden deberse más a la composición de técnicos del PNUD, que a la orientación básica universalista y redistribuidora del cánon, como se ve en la importancia concedida al criterio de seguridad, que atiende a la situación de millones de habitantes de países en desarrollo que viven al borde del desastre, expuestos a la delincuencia, la violencia y el desempleo. Esta precarización de la vida afecta también a las clases medias y se extiende a capas cada vez más extensas de los países desarrollados.
9.- El cánon de desarrollo comunitario endógeno
Los modelos clásicos de desarrollo parten de concepciones generales y la mayoría de ellos (exceptuando el cánon de la restricción) confían en que la ayuda externa o bien garantiza per se la acumulación originaria necesaria para provocar el despegue o bien proporciona la receta mágica para desarrollar un sistema económico. Tanto las teorías neoclásicas como las de la dependencia propician modelos de desarrollo implantados desde fuera, son cosmopolitas y desconfían de la capacidad de las fuerzas endógenas y locales para provocar cambios sustanciales en el entorno económico y humano. El cánon del desarrollo endógeno arranca de la confluencia entre la investigación de los mecanismos que favorecen los procesos de desarrollo en las ciudades y la puesta en práctica de ciertos programas de industrialización en localidades y regiones del Sur de Europa afectadas por crisis y reconversiones. Más que economistas han sido geógrafos, historiadores y políticos encargados de la gestión del territorio quienes han contribuido a la cristalización de las reglas operatorias de este nuevo cánon de actuación para el desarrollo.
Aunque es cierto que la preocupación por el desarrollo local nunca estuvo (ni está) ausente en los demás cánones, creo que basta dibujar las cinco diferencias críticas que marcan las variables seleccionadas en este breve recorrido para darnos cuenta de hasta qué punto la inversión de la tendencia que se ha producido desde los años 80, sobre todo en Europa, de promover políticas «de abajo hacia arriba», gestionadas por los gobiernos regionales y municipales en sus territorios respectivos constituye una estrategia general co-extensiva con el proceso de globalización económica. Manuel Castells atribuye esta nueva estrategia a una reacción defensiva «frente al torbellino de los procesos globales cada vez menos controlables». Según Borja y Castells, por ejemplo «los gobiernos locales disponen de dos importantes ventajas comparativas con respecto a sus tutores nacionales. Por un lado, gozan de una mayor capacidad de representación y legitimidad con relación a sus representados: son agentes institucionales de integración social y cultural de comunidades territoriales. Por otro lado, gozan de mucha más flexibilidad, adaptabilidad y capacidad de maniobra en un mundo de flujos entrelazados, demandas y ofertas cambiantes y sistemas descentralizados e interactivos»
Caben otras explicaciones sobre la génesis del cánon del desarrollo comunitario endógeno tales como la nueva problemática regional generada por la observación de las diferencias cualitativas resultantes de la aplicación cuantitativamente idéntica de las mismas políticas en distintos territorios, los cambios institucionales operados en los distintos países europeos (por ejemplo, la reconocimiento de las Autonomías en la Constitución Española de 1978), las nuevas teorías y conceptos sobre la evolución y funciones de las organizaciones empresariales en la sociedad informacional o las nuevas orientaciones promovidas por organizaciones internacionales como la OCDE o la UE. Desde el punto de vista de la homogeneidad teórica exigida por la ciencia económica, ninguna de estas causas justifica por sí sola la aparición de un nuevo cánon capaz de generalizarse como modelo teórico y de orientar nuevas políticas económicas. Pero si consideramos los estudios de desarrollo en el marco interdisciplinar de las ciencias sociales, el cánon del endodesarrollo cobra perfil propio.
En primer lugar asume como Weltanchauung característica una visión del mundo centrada sobre el territorio, que deja de ser mero soporte físico de las actividades productivas para convertirse en el agente principal del desarrollo. Desde la geografía la noción de territorio permite poner en conexión el rico conjunto de actividades vitales que forjan una espacie de biocenosis con el entramado de recursos e intereses que articulan las diversas formas de vida de las poblaciones humanas en un espacio físico concreto. Considerar el territorio como una biocenosis otorga a este cánon un aspecto físico, orgánico y naturalista del que carece el cánon del desarrollo humano. Este vínculo de las comunidades humanas a la biocenosis de la que forman parte (aunque es completamente decisivo para distinguir esta Weltanchauung de todas las demás) pasa con frecuencia desapercibido, no ya porque las descripciones económicas del endodesarrollo destaquen las relaciones de producción por encima de las fuerzas productivas, sino, sobre todo, porque desde mediados de los ochenta la idea de sostenibilidad ecológica se ha convertido en un tópico, a cuyos matices no se presta atención. Categorialmente, sin embargo, es muy diferente tomar el mundo como el «nicho ecológico» de la especie humana, como hace el PNUD, que adoptar el punto de vista del territorio como «biocenosis». No deja de ser curioso, sin embargo, que el joven historiador Hidalgo Capitán incluya en el mismo epígrafe del endodesarrollo, por un lado el etnodesarrollo, que pone el acento en los valores étnicos y culturales de la comunidad afectada y, por otro, «el ecodesarrollo de I. Sachs, el desarrollo agropolitano de Friedmann y M. Douglas y los enclaves espaciales selectivos de W. Stöhr», más ligados al territorio, para luego tener que valorar sus contribuciones por separado. Y es que el cánon del desarrollo comunitario endógeno pone el énfasis más en el territorio en tanto que biocenosis que en los aspectos éticos y culturales de las etnias o comunidades humanas.
Pero, además, el cánon del desarrollo endógeno considera la producción no desde el punto de vista del «capital humano», sino del «capital social» vinculado a una comunidad territorial. Porque según esta concepción «las localidades y territorios disponen de recursos económicos, humanos, institucionales y culturales y de economías de escala no explotadas», que constituyen el capital social necesario para propiciar el desarrollo. La pauta operativa de la producción, según este cánon, es la organización sistémica en red, y no la satisfacción de las necesidades básicas de las poblaciones: «La organización del sistema productivo local formando redes de empresas propicia la generación de economías de escala y la reducción de los costes de transacción y, por tanto, rendimientos crecientes y crecimiento económico». En este punto el desarrollo endógeno parece aproximarse al cánon del crecimiento económico irrestricto, porque hace un uso oportunista de cuantos instrumentos y fragmentos teóricos puedan resultar útiles para sus propósitos. El propio Vázquez Barquero hace gala de este eclecticismo teórico cuando resume la doctrina económica del desarrollo endógeno en cuatro proposiciones que son como fragmentos arrancados de las grandes teorías clásicas del desarrollo:
La proposición 1, por ejemplo, remeda ideas de Hirschman y Perroux sobre la necesidad de empujones externos: «Los procesos de desarrollo endógeno se producen como consecuencia de la utilización de las externalidades en los sistemas productivos locales, lo que favorece el surgimiento de rendimientos crecientes y, por tanto, el crecimiento económico». La proposición 2, a su vez, no se diferencia mucho de las propuestas asociadas a la teoría del crecimiento dualista más clásica de Lewis o Rostow, salvo en la importancia que confiere a la explotación de mano de obra flexible: «El desarrollo endógeno se refiere a procesos de acumulación de capital que se producen como consecuencia de la atracción de recursos de las actividades maduras (agricultura, v.g.) a las más modernas (industria, servicios) y de los usos que se generan en el proceso productivo». Respecto al aserto tercero, en cambio, hay un corte en relación a las teorías tradicionales, en particular a la teoría de la dependencia, contra la que se afirma que «el desarrollo endógeno se caracteriza por la utilización del potencial de desarrollo existente en el territorio gracias a la iniciativa y, en todo caso, bajo el control de los actores locales». Este decisivo cambio puede entenderse revolucionaria o conservadoramente según el papel que el cánon asigne a la tecnología, como veremos a continuación. Antes debemos recoger la proposición 4, que no es más que una síntesis de las afirmaciones básicas de la teoría territorial en las tres versiones arriba mencionadas (Sach, Friedmann y Stöhr): «El desarrollo endógeno se refiere a procesos de transformación económica y social que se generan como consecuencia de la respuesta de las ciudades y regiones a los desafíos de la competitividad y en los que los actores locales adoptan estrategias e iniciativas encaminadas a mejorar el bienestar de la sociedad local».
No podemos detenernos mucho en el comentario de estos axiomas, pero lo dicho basta para avizorar una concepción sistémica como alternativa a los desafíos de un entorno global contingentes, caracterizado por la incertidumbre y la aleatoriedad. Frente a las visiones funcionales tradicionales, lo que se destaca ahora es la capacidad de auto-organización que permite al territorio responder, de forma diferenciada, a las necesidades del entorno. Claro que si ese entorno se analiza sólo como un gran mercado competitivo, no estamos lejos de una suerte de extraño híbrido entre neoliberalismo y comunitarismo, pues los que compiten son los territorios, que usan para ello tres armas fundamentales: (1) Un sistema de organización empresarial en red, que fomenta la estabilidad y la confianza mutua mediante acuerdos y alianzas explícitas o mediante meros contactos personales, si bien es cierto que «las redes son una forma de gobernación que está en continuo desequilibrio como consecuencia del dinamismo que muestran sus actores». (2) Un aprovechamiento intensivo de los procesos de innovación y cambio tecnológico. Y (3) un privilegio de las ciudades y las regiones urbanas, porque son las entidades territoriales que mejor «responden a los retos que presenta el aumento de la competitividad, vinculando los procesos de ajuste productivo y organizativo a la utilización de recursos propios, a la difusión de las innovaciones y al fortalecimiento de las relaciones con otras ciudades»
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